Coincidiendo con el once aniversario de la muerte de la Beata Madre Teresa de Calcuta, recibo en mi correo esta fotografía que retrata a tres buenos amigos rodeados de contemplativas en acción. Tres buenos amigos, tres, que este verano han decidio dejar de lado la playa, el chiringuito, la sierra, el monte, las copas, las "chatis" y su innegable necesidad posmoderna de des-estrés urbano por algo ciertamente escandaloso para los tiempos que corren. Y es que, por más que traten de quitarse importancia, uno no acostumbra a ver al personal veinteañero pagarse un billete a Tanzania, donde hay negros muy negros, y estar allí seis semanas, limpiando culos, curando zarpazos del alma, pintando paredes, jugando con niños harapientos y echando el resto para empaparse del caldero de pócima mágica al que, a buen seguro, se deben caer, todos los días, las Misioneras de la Caridad. Tres amigos, tres, que han aceptado el reto universal propuesto por las herederas de una arrugada y bajita desheredada de Calcuta que gustaba de proclamar las bondades de ese amor en acción: "Los jóvenes están buscando un desafío. Vienen aquí, sirven durante unos meses, trabajan todo el año para poder venir. Aquí no les pagamos. No les damos más que la posibilidad de que sirvan, y lo hacen de forma desinteresada y feliz. La juventud está entendiendo que ya no es tiempo de hipocresías y dobles posturas. Es tiempo de acción. Del amor en acción". Y mientras tanto yo, que soy bastante menos profundo, me acuerdo de la letra de una preciosa canción de Alberto Cortez que decía: "Eran tres, eran tres, eran tres... eran tres con palomas en las manos... eran tres y los tres eran hermanos, de la luz, del amor y del saber".
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