jueves, 10 de abril de 2008

EN LA ESTACIÓN

El domingo por la tarde nos habíamos acercado a la estación de tren de la ciudad en la que vivimos. Llevábamos a una amiga de mi esposa que había venido a pasar con nosotros el fin de semana. Tras unos días intensos de turismo, tapeo, interesantes conversaciones y poco descanso nos disponíamos a sumergirnos, para terminar la jornada, en la tediosa monotonía de un domingo por la tarde, sin muchos más alicientes. Nada que ver con la realidad. Antes de entrar en el coche nos fijamos en un señor de rasgos internacionales que, junto a su maletón de viaje, intentaba aclararse con un mapa del lugar. Era el claro exponente del turista desorientado. Es curioso. El impulso que a uno le lleva a ayudar a este tipo de personas es el de ponerse en su lugar e imaginarse ayudado amablemente en sus mismas circunstancias. Solo pensarlo es gratificante. Quizás ahí radique la esencia de la Caridad Cristiana. Salir de uno mismo para ponerse al servicio de los demás. Qué reconfortante es que, cuando estás más perdido que un pulpo en un garaje, alguien te eche una mano sin pedirte nada a cambio con todo su cariño. Sutilmente arengado y teledirigido por la infinita generosidad de mi esposa, así lo hicimos. La recompensa vino en forma de privilegio de conocer a un tipo ciertamente curioso. Su historia no tiene desperdicio. Era un sacerdote mejicano que acababa de llegar de Japón, país en el que lleva trabajando pastoralmente desde hace más de veinte años, para dedicar unos meses al estudio en nuestra ciudad. Venía a la Universidad, tras haber solicitado un año sabático a su obispo, para profundizar en la relación que existe entre la mística de San Juan de la Cruz y el espiritualismo budista zen. Increíble. A otros les da por fumar droga. Le acompañamos hasta su destino y, mientras aparcábamos el coche en el garaje, me dio por pensar que nunca debemos bajar la guardia. Cuando menos te lo esperas, la vida te pone delante su foto más pintoresca.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

MENUDA HISTORIA! A mi nunca me pasan cosas excepcionales.

Anónimo dijo...

Una historia bonita y muy bien contada!

Anónimo dijo...

diga mi mujer, no mi esposa... deje ya ese lenguaje mexicano, por Dios!!!

Boulevard de la mer.

Anónimo dijo...

Déjale que diga lo que quiera!!!