miércoles, 28 de abril de 2010

AGAPITO: EL PACIENTE DE LA HABITACIÓN 415

Algunas veces la vida regala al buen periodismo historias deliciosas. No suelen encontrarse ni en el mundo de la política, ni en el de la economía, ni en el de los personajes del famoseo. Son andanzas de personas anónimas y corrientes que están ahí, al cabo de la calle, esperando a ser encontradas y transmitidas por lo buenos contadores de historias, conocidos hace años también como periodistas. Nos reconcilian con lo mejor del ser humano en medio de tanta portada, reportaje y exclusiva rebosantes de miseria y podredumbre. Tópicos al margen, un ejemplo lo encontramos en el tratamiento que se ha dado a la vida de Agapito Pazos Méndez. Se trata de un discapacitado que fue abandonado a los tres años en el Hospital Provincial de Pontevedra y que ha vivido allí durante los últimos ochenta, ocupando siempre la habitación 415. Los diarios gallegos han sabido sacar jugo a esta buena historia. Tres ejemplos: Xaime Leiro en El Correo Gallego: "Agapito Pazos Méndez, el último mohicano de la beneficencia del Hospital Provincial de Pontevedra, recibió ayer sepultura en el cementerio municipal de San Amaro, tras una vida completa ingresado en el centro. "Chegou nun caixón, crenco, e tivo sempre as extremidades atrofiadas", así relataron las monjas años después el ingreso del niño abandonado con espina bífida al alergólogo Fernando Filgueira, que conoció a Agapito en 1961 cuando empezó las prácticas en el hospital". Nieves D Amil en La Voz de Galicia: "Era el único paciente que tenía cubiertos con sus iniciales, una habitación a su gusto y la cama orientada hacia la ventana. Sus peluches estuvieron a punto de ser donados al servicio de pediatría, pero para evitar posibles infecciones, el equipo médico descartó esta idea. «Cuando se hizo el traslado de edificio -antes medicina interna estaba en otro bloque, el de San Roque- en la mudanza fueron los muebles y Agapito», recuerda, con más dosis de cariño que de humor, el supervisor que en los últimos 30 años se preocupó de que Pazos fuese feliz. El equipo médico, en el que Agapito tenía sus preferencias, y sor Ana y sor Manuela, que durante años venían a verlo casi a diario, eran las pocas personas que lo entendían con la mirada, incluso cuando se negaba a comer la sopa del menú". Y B. Márquez en el Faro de Vigo: "Un miedo que, sin embargo, no lo impidió definir como uno de los momentos más felices de su vida, el día que un auxiliar se lo llevó de excursión a la playa de A Lanzada para que conociese el mar. "Elías (así se llamaba este auxiliar) también lo llevó al aeropuerto". Estas dos salidas constituyeron los "viajes" de su vida, ya que sus excursiones habituales (en silla de ruedas y convenientemente atado para que no se desplomase) tenían como horizontes el patio, el vestíbulo y los pasillos del hospital. El paso del tiempo convirtió a Agapito en una parte indisoluble del Provincial, en una "institución" en palabras del médico Filgueira". A pesar de todo, la vida (tiene que ser así) y sus historias, siguen adelante. Habrá que seguir buscándolas para poder contarlas. Mientras tanto la cama de Agapito ya ha sido ocupada por otro paciente.

2 comentarios:

Frederic dijo...

Una magnífica historia. Buen periodismo. Gracias por seleccionarla.

PEP dijo...

LA REALIDAD SUPERA A LA FICCIÓN