Hay otra buena enseñanza para el matrimonio que nos viene del amor de Dios manifestado en la Cruz de Cristo. El amor de Dios por el hombre es fiel y eterno: «Con amor eterno te he amado», dice Dios al hombre en los profetas (Jr, 31,3), y también: «En mi lealtad no fallaré» (Sal 89,34). Dios se ha ligado a amar para siempre, se ha privado de la libertad de volver atrás. En nuestra sociedad se cuestiona cada vez con mayor frecuencia qué relación puede haber entre el amor de dos jóvenes y la ley del matrimonio; qué necesidad de «vincularse» tiene el amor, que es todo impulso y espontaneidad. Así, son cada vez más numerosos quienes rechazan la institución del matrimonio y optan por el llamado amor libre o la simple convivencia de hecho. Sólo si se descubre la relación profunda y vital que hay entre ley y amor, entre decisión e institución, se puede responder correctamente a esas preguntas y dar a los jóvenes un motivo convincente para «atarse» a amar para siempre y no tener miedo a hacer del amor un «deber». «Sólo cuando existe el deber de amar -apuntó el filósofo que, después de Platón, ha escrito las cosas más bellas sobre el amor, Kierkegaard-, sólo entonces el amor está garantizado para siempre contra cualquier alteración; eternamente liberado en feliz independencia; asegurado en eterna bienaventuranza contra cualquier desesperación». El sentido de estas palabras es que la persona que ama, cuanto más intensamente ama, más percibe con angustia el peligro que corre su amor. Peligro que no viene de otros, sino de ella misma. Bien sabe que es voluble, y que mañana, ¡ay!, podría cansarse y no amar más, o cambiar el objeto de su amor. Y ya que, ahora que está en la luz del amor, ve con claridad la pérdida irreparable que esto comportaría, he aquí que se previene «atándose» a amar con el vínculo del deber y anclando, de este modo, a la eternidad su acto de amor, el cual se sitúa en el tiempo. Ulises deseaba volver a ver su patria y a su esposa, pero tenía que atravesar el lugar de las sirenas que fascinan a los navegantes con su canto y les llevan a estrellarse contra las rocas. ¿Qué hizo? Se hizo atar al mástil de la nave, después de haber tapado con cera los oídos a sus compañeros. Al llegar a tal lugar, hechizado gritaba para que le desataran y poder alcanzar a las sirenas, pero sus compañeros no podían oírle, y así pudo volver a ver su patria y volver a abrazar a su esposa e hijo. Es un mito, pero ayuda a entender el porqué, también humano y existencial, del matrimonio «indisoluble» y, en un plano diferente, de los votos religiosos. El deber de amar protege al amor de la «desesperación» y lo hace «feliz e independiente» en el sentido de que protege de la desesperación de no poder amar para siempre. Dadme un verdadero enamorado -decía el mismo pensador- y él os dirá si, en amor, existe oposición entre placer y deber; si el pensamiento de «deber» amar para toda la vida procura al amante temor y angustia, o más bien gozo y felicidad total. Apareciéndose un día de Semana Santa a la beata Angela de Foligno, Cristo le dijo una palabra que se ha hecho célebre: «¡No te he amado en broma!». Cristo verdaderamente no nos ha amado en broma. Existe una dimensión lúdica y graciosa en el amor, pero él mismo no es una broma; es lo más serio y lo más cargado de consecuencias que existe en el mundo; la vida humana depende de él. Esquilo compara el amor con un leoncillo que se cría en casa, «dócil y tierno primero más que un niño», con el que se puede hasta bromear, pero que, creciendo, es capaz de causar estragos y manchar la casa de sangre. Estas consideraciones no bastarán para modificar la cultura presente que exalta la libertad de cambiar y la espontaneidad del momento, la práctica del «usar y tirar» aplicada también al amor. (Se encargará, lamentablemente, de hacerlo la vida, cuando al final uno se encuentre con cenizas en la mano y la tristeza de no haber construido nada duradero con el propio amor). Pero que por lo menos sirvan, estas consideraciones, para confirmar la bondad y la belleza de la propia elección a aquellos que han decidido vivir el amor entre el hombre y la mujer según el proyecto de Dios y sirvan para animar a muchos jóvenes a hacer la misma opción.
Cuando el hombre pierde el miedo a equivocarse es LIBRE. Eso es la REDENCIÓN. El PERDÓN. Cuando el hombre es consciente de que hay perdón rompe el último baluarte de los enemigos de la LIBERTAD, que es meter miedo. Se pierde el miedo incluso a la propia equivocación, se es más libre y entonces saca lo mejor de si mismo.
viernes, 2 de abril de 2010
LA CRUZ DE CRISTO: LLAMADA A LA FIDELIDAD MATRIMONIAL
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