viernes, 17 de julio de 2009

LAS OTRAS VÍCTIMAS DEL ABORTO

Las personas que estamos a favor de la vida, y que defendemos con convicción la dignidad de la persona, no debemos olvidar nunca que las mujeres que abortan también son víctimas de esta terrible lacra social de nuestro tiempo. Por supuesto que lo son esos miles de niños que nunca llegarán a nacer. Está claro. Pero también sus madres. Y algunas veces, inconscientemente, pudiera parecer que, sin quererlo, las estemos demonizando por lo que han hecho. Por primera vez en mi vida me ha tocado vivir de cerca un drama personal que, probablemente a estas horas de la noche, acabe en aborto. Poco más se puede hacer para evitarlo. El problema está en el planteamiento que se ha hecho desde el principio. Los médicos, olvidándose del juramento hipocrático que algún día realizaron, a la menor complicación que pueda tener un embarazo plantean, para ahorrar problemas, la "interrupción voluntaria" como quien receta una extracción dental. Así, la medicina, entregada a la causa exclusivamente defensiva, deja su histórica y natural vocación de luchar hasta el último suspiro por la vida y por la salud del ser humano, para abandonarse a la triste suerte de frías estadísticas y dramáticos porcentajes futuribles que nos eviten complicaciones y problemas. La familia, antaño gran escuela del más desinteresado de los quereres, apela al "sufrimiento" como sinónimo de infelicidad y boleto seguro para una vida triste y desgraciada. No hay casi nadie que pronuncie una palabra de esperanza, de aliento o de "merece la pena luchar". Esta sociedad de los perfectos depurados mira con desprecio a aquellos irresponsables que se atreven a provocar al mundo con su amor desinteresado a lo que es físicamente imperfecto, discapacitado o huele a enfermo. Y más a los que cometen la osadía de dejarles llegar a vivir. Mientras tanto, en las horas angustiosas y difíciles en las que se toma la decisión, con estos grises antecedentes a los que sumar la soledad y el abandono de los más cercanos, es difícil poder ser libre y elegir de verdad. No es tan fácil esquivar la tentación barata e instantánea del aborto express. Tiene, como el pecado, una cierta apariencia de verosimilitud y eficacia. Nuestra sociedad la sirve a domicilio, en bandeja, sin más contemplaciones. Aunque me cueste, entiendo que no se vea una alternativa a esta pragmática pero fraudulenta solución. Por ello hace falta implicarse más en el acompañamiento, la comprensión, el perdón y en hablar abiertamente de la capacidad de redención que hay siempre y en abundancia para las miles de mujeres que en nuestro mundo, hoy y ahora, ya han pasado por la nauseabunda experiencia de abortar. Nunca es tarde para volver a empezar. No todo está perdido.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El hálito de vida siempre justifica la esperanza. Como encabeza tu blog, cuando hablas del valor de la redención y el perdón, llega hasta el extremo de redimir la pena por una muerte provocada. Es el único medio real que tiene una madre, después de haber destruido el vínculo troncal con su hijo, la vida, para volver a recuperar su condición. La esperanza del poder de la reparación… Quizás, también, por este motivo la culpa más grave, la extrema punidad del delito inhumano recae de forma inequívoca sobre aquellos que lo provocan directa e indirectamente, por acción u omisión. Creo que para ellos la redención será más penosa, más difícil…

Zurbaránen

MarisolC. dijo...

Mi querido amigo Gaudencio. Entusiasmada con documentos interesantes, levanto la cabeza del teclado y son las 00:14. Mi cabeza a estas horas sólo ve camas, pero antes de las camas he visto a una joven preciosa y una zona de baile. Mañana te prometo un baile acompasado por el escenario de la vida que puede ser cualquier central-park. ¡buenas noches! ¡feliz descanso!

eligelavida dijo...

Dice el papa Juan Pablo II en “Cruzando en Umbral de la Esperanza”:

Muchas veces la mujer es víctima del egoísmo masculino, en el sentido de que el hombre, que ha contribuido a la concepción de la nueva vida, no quiere luego hacerse cargo de ella y echa la responsabilidad sobre la mujer, como si ella fuese la única «culpable».

Precisamente cuando la mujer tiene mayor necesidad de la ayuda del hombre, éste se comporta como un cínico egoísta, capaz de aprovecharse del afecto y de la debilidad, pero refractario a todo sentido de responsabilidad por el propio acto. Son problemas que conocen bien no sólo los confesonarios, sino además los tribunales de todo el mundo y, cada vez más, también los tribunales de menores.

Por tanto, rechazo firmemente la fórmula pro choice «por la elección»; es necesario decidirse con valentía por la fórmula pro woman «por la mujer», es decir, por una elección que está verdaderamente a favor de la mujer. Es ella quien paga el más alto precio no solamente por su maternidad, sino aún más por destruirla, por la supresión de la vida del niño concebido.