Ciertamente se espera mucho de la visita de Benedicto XVI a Tierra Santa. En un territorio tan convulso por las tensiones político-militares entre Palestinos e Israelíes el Papa puede hacer mucho por la Paz. Pero, tal y como aclaró a los periodistas en el avión antes de la peregrinación, su aportación poco tiene que ver con la de un político, estratega o solucionador de conflictos internacionales al uso. Hay un algo que lo distingue del resto de las muchas visitas de renombre que llegan habitualmente a esta conflictiva zona con promesas de PAZ. Los católicos pueden aportar un algo más para avanzar hacia esa civilización del amor: "Nosotros no somos un poder político, sino una fuerza espiritual y esta fuerza espiritual es una realidad que puede contribuir al progreso del proceso de paz. Veo tres niveles. El primero: como creyentes, estamos convencidos de que la oración es una verdadera fuerza, abre el mundo a Dios. Estamos convencidos de que Dios escucha y de que puede actuar en la historia. Pienso que si millones de personas, de creyentes, rezan, es realmente una fuerza que influye y puede contribuir a que la paz vaya adelante. El segundo nivel: intentamos ayudar en la formación de las conciencias. La conciencia es la capacidad del hombre de percibir la verdad, pero esta capacidad está a menudo obstaculizada por intereses particulares. Y liberar de estos intereses, abrir más a la verdad, a los verdaderos valores, es una gran tarea: toca a la Iglesia ayudar a conocer los verdaderos criterios, los verdaderos valores, y liberarnos de intereses particulares. De este modo -tercer nivel- hablamos también -¡es así!- a la razón: precisamente porque no somos parte política, podemos quizá más fácilmente, también a la luz de la fe, ver los verdaderos criterios, ayudar a entender lo que contribuye a la paz y hablar a la razón, apoyar las posturas que son realmente razonables. Y esto lo hemos hecho ya y queremos hacerlo ahora y en el futuro". Cuestiones todas reflejadas en el famoso papelito que depositó ayer en el muro de las lamentaciones y que tanto intrigaba a los periodistas. No es una aportación más. Es una aportación distinta, eficaz y valiosa para conseguir la paz.
Cuando el hombre pierde el miedo a equivocarse es LIBRE. Eso es la REDENCIÓN. El PERDÓN. Cuando el hombre es consciente de que hay perdón rompe el último baluarte de los enemigos de la LIBERTAD, que es meter miedo. Se pierde el miedo incluso a la propia equivocación, se es más libre y entonces saca lo mejor de si mismo.
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