Ha sido en el discurso a los participantes en el XXV Congreso Internacional de Farmacéuticos Católicos que se encuentran estos días en Roma reflexionando sobre «Las nuevas perspectivas de la profesión farmacéutica». Benedicto XVI no se corta un pelo y va al grano aunque se quede más solo que la una: «Es necesario que los farmacéuticos reflexionen sobre la función que están llamados a desarrollar, especialmente como intermediarios entre médico y paciente. Es necesario que conozcan las implicaciones éticas de su actividad y de sus decisiones, y den a conocer las implicaciones éticas de algunos fármacos. En este ámbito, no es posible anestesiar las conciencias, por ejemplo, cuando se trata de moléculas cuyo objetivo es detener la implantación de un embrión o acabar con la vida de una persona. El farmacéutico debe invitar a todos a un impulso de humanidad, para que cada ser sea protegido desde la concepción hasta la muerte natural, y las medicinas desarrollen verdaderamente su papel terapéutico». Aunque ustedes no se lo crean hay muchos farmacéuticos que toman buena nota del origen y función de tan noble profesión.
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