miércoles, 15 de octubre de 2008

BEBÉ MEDICAMENTO

Supongo que si en vez de utilizar un puñado de celulillas para crear un nuevo ser humano se hubiera exterminado en un laboratorio, con luces y taquígrafos, a diez niños de seis años de vida, los titulares de la prensa española no hubieran sido tan buenistas ni optimistas con esta dramática noticia. La historia del nacimiento del primer bebé seleccionado genéticamente para curar a su hermano mayor de una enfermedad congénita en un hospital de Sevilla se ha contado, una vez más, de forma parcial e injusta. Cargada de sentimentalismo y grandes dosis de falso optimismo en nombre de la ciencia. Todo el mundo comprende el drama de unos padres que tienen un hijo enfermo y que están dispuestos a hacer todo lo que sea por curarlo (y se lo dice alguien que acaba de estrenarse en esto de la paternidad e intuye lo que se puede sentir y pensar en una circunstancia similar). Pero a día de hoy no todo el mundo se hace cargo del drama moral de unos embriones que han tenido que ser sacrificados para obtener ese bebé-medicamento. Y ahí radica buena parte del problema de esta sociedad capitalista: en no percibir un problema ético donde existe claramente. Concebir la vida de forma "utilitarista" es un atentado contra la dignidad humana. El niño recién nacido algún día puede llegar a entender su existencia en clave puramente instrumentalizada e interesada y eso no se lo deseamos a nadie. No creo que a ninguno de nosotros nos gustaría que nos llamaran bebés-medicamento. Buena parte del misterio de la vida radica en la dignidad que implica el "ser", gratuito e inmerecido, y que no viene dado por ninguna voluntad terrena ni interesada. Interesante artículo al respecto, oasis en el desierto, del profesor emérito de la complutense Lacadena en El Mundo. Para solucionar este caso ha sido necesario crear 16 embriones de los que ahora nadie se acuerda, ni se pregunta dónde están, al ver la cara de unos padres felices y satisfechos. Frente a tanto entusiasmo científico y progresista permitan esta pequeña reflexión absolutamente respetuosa con la decisión de unos padres y unos médicos que probablemente nunca hayan afrontado de esta manera el problema.

3 comentarios:

albert dijo...

Muy interesante tu post sobre el primer bebé-medicamento.Nos lo quisieron vender como el buque insignia de la Ley Biomédica y el resultado es 16 embriones "malogrados" y un niño fabricado con criterios únicamente utilitarista. Leeré con gusto el artículo de Lacadena,pues al rigor científico suele unir la valentía para llamar a las cosas x su nombre.
Alberto

Anónimo dijo...

Y el niño, rubio, fuerte y guapo que había antes???????? Ja, ja, ja..... ENHORABUENA JAVI Y TERESA! Qué ganas de estrujarle y hacerle shirris, a ver si os venís pronto.

Anónimo dijo...

Intresante artículo publciado en El diario El Correo, el lunes 27/10/08. Viene a colación del debate abierto en españa en torno a la Bioética suiscitado por la noticia del primer "bebé medicamento". Publcaido por F. JAVIER BLÁZQUEZ-RUIZ| PROFESOR TITULAR DE FILOSOFÍA DEL DERECHO EN LA UNIVERSIDAD PÚBLICA DE NAVARRA


La historia de la medicina muestra claramente cómo los conceptos de salud y enfermedad han modificado permanentemente con el paso del tiempo su significación.
En épocas precedentes el dolor y la enfermedad estaban relacionados con el universo religioso, con las creencias populares o con diversas concepciones de mundo que le aportaban simbolismo y en gran medida fundamentación. Pero ahora, tal y como advierte explícitamente A. Quintana, el dolor se ha convertido en una especie de tabú porque no encuentra un apoyo o fundamento como dispensador de sentido, como heroica entrega a la nación, o en términos religiosos como mérito e inversión para la salvación.
De ahí que el dolor y la enfermedad aparezcan con frecuencia, en la sociedad actual, como una especie de sin-sentido, como una realidad extraña y ex-céntrica. A veces da la impresión de que emergen e irrumpen intempestivamente en nuestras vidas, haciendo frente y quebrando la capacidad de previsión, de predicción, de prevención que caracterizan al conocimiento científico.
Ante lo cual nadie pone en duda que la misión histórica de la medicina es prevenir, intervenir en el desarrollo de las enfermedades y curar, evitando el proceso de deterioro del organismo, cuando es posible. Pero conviene precisar que ni el término de la vida o muerte debe ser considerado como un fracaso, ni el dolor y la enfermedad son precisamente inhumanos.
De hecho la actitud de ocultar y enmascarar el dolor, o negar la existencia de la enfermedad a través de eufemismos o silencios, sólo conduce a provocar la negación de la realidad y a propiciar finalmente el autoengaño personal. Tal y como señala Szasz, Th., «la vida humana es inimaginable sin sufrimiento. Sin dolor y pesar no podría haber placer y goce; así como no podría existir vida sin muerte, salud sin enfermedad, belleza sin fealdad».
Obviamente no es cuestión de justificar el dolor ni el sufrimiento otorgándole o confiriéndole ahora un nuevo sentido o significado, intentando sustentar su razón de ser en una nueva dimensión de carácter espiritual, o de índole material, o construyendo nuevos mitos. Pero a su vez no podemos negar tampoco que el dolor, alguna forma de dolor, ha sido y será siempre inherente a la naturaleza humana. Y que por tanto no cabe plantear, como si de un nuevo mito se tratase, la idea de la civilización tecnológica cuyo objetivo sea la superación de todo obstáculo que se oponga al bienestar absoluto.
Por consiguiente, ante la actitud de negación, la conducta a tomar ha de ser bien distinta. Es preciso incorporar e integrar en el horizonte de nuestras expectativas la virtualidad y realidad del dolor y del sufrimiento humano. Para aprender a afrontarlo y, en la medida de lo posible, mitigarlo, asumirlo y superarlo. Sin eufemismos ni mentiras, ni tampoco desde la frustración derivada de un falso e injustificado optimismo tecnocientífico.
Para lo cual quizás va a ser preciso en lugar de re-negar, aprender a mirar de otro modo, a percibir el cuerpo y nuestra corporalidad de otra manera. Es decir, a comprender y aceptar positivamente la propia naturaleza humana. ¿Cómo podemos intentar lograrlo? «Para ver claro -decía Saint Exupéry-, basta cambiar la dirección de la mirada». El planteamiento parece obvio inicialmente, pero no tanto. Porque «es cierto que el mundo es lo que vemos, sin embargo tenemos que aprender a verlo», tal y como afirmaba también insistentemente el filósofo Merleau Ponty.
En otras palabras, hemos de ser conscientes de que la fragilidad es inherente a la naturaleza humana. Y la fragilidad incluye un cierto grado de limitación y de vulnerabilidad. De ahí que el control y dominio de uno mismo ha de ser un aprendizaje continuo y un objetivo prioritario a la hora de comprender y asumir la realidad corporal que nos constituye.
Sólo así podremos evitar que la salud pase a convertirse en un objeto de culto o en un nuevo producto de mercado generado por la sociedad de consumo, con el consiguiente gasto sanitario voraz e incontrolado. Y sólo de este modo evitaremos convertirnos en 'adoradores del cuerpo humano' y devoradores de recursos sanitarios. En definitiva, en creyentes de una nueva religión que rinde culto -obsesivo a veces- a la estética del cuerpo y mitifica el estado de salud incólume.
A este respecto son elocuentes las lúcidas palabras de Hans Jonas, quien hace varios lustros expuso con claridad el riesgo de someternos ingenuamente, al firmar «en aras de la autonomía humana, de la dignidad que exige que nos poseamos a nosotros mismos y no nos dejemos poseer por nuestra máquina, tenemos que poner el galope tecnológico bajo control extratecnológico».