En el cuarto aniversario de la brutal matanza terrorista que sacudió a España un 11 de marzo, al margen de consideraciones político-mediático-policiales, me gustaría recordar dos ideas que apenas se escucharon en medio de todo el ruido de la barbarie y que tienen plena vigencia. Yo las viví en primera persona, a pie de obra, y por ello me atrevo ahora a reivindicarlas. Se las escuché al obispo de la diócesis de Alcalá de Henares, Don Jesús Catalá en el funeral que se celebró en un polideportivo de la localidad complutense con una larga hilera de ataudes junto al altar. Decían más o menos esto: "Como católicos que creemos en la Caridad auténtica debemos comprometernos con las víctimas de este magnicidio, no sólo hoy, sino hasta el fin de nuestros días. Es muy fácil ser solidarios con las víctimas cuando la tragedia aun está caliente y todos estamos emocionalmente golpeados. Pero nuestro compromiso auténtico con las víctimas, a través de la oración, el acompañamiento y el cariño, tiene que ser de por vida; porque de por vida va a ser el dolor y la angustia de esta tragedia. Que no puedan sentirse solas nunca si hay un cristiano a su lado". Y una segunda idea que, desde entonces, yo aplico en cada una de las concentraciones silenciosas que se convocan para expresar el rechazo frontal al terrorismo y la solidaridad con las víctimas: "Para los católicos no existen minutos de silencio sino minutos de oración. Tenemos que aprovechar esos instantes comunitarios para rezar por los muertos y hablar a la gente del poder efectivo de la oración frente al respetuoso y, a veces desesperanzado, silencio pagano".
1 comentario:
Conozco personalmente a una de las víctimas del 11-M. Iba en uno de los trenes que salió de Guadalajara. Desde entonces, entono una oración cada día por ella. Descanse en paz!
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