En las últimas horas he llorado bastante. Llorar tiene un efecto benéfico de liberación: relaja, desahoga y produce descanso y tranquilidad de espíritu. Por ello ha sido un lloro sereno y confiado. No en vano San Pablo invitaba a "llorar con los que lloran" y Gandhi decía aquello de que había que tomar una lágrima y depositarla en el rostro del que todavía no había llorado. Precisamente el otro día me contaba un amigo que su homeópata le había dicho que los sentimientos eran regalos de Dios para poder expresar cosas más allá de lo puramente corporal. Tópico de todo a cien que en este caso puede ayudar a entedernos y entender el alma un poco más. Porque muchas veces aunque tengamos las cosas muy claras en la cabeza el cuerpo y los sentimientos no nos acompañan. No está de más recordar cómo en sus Confesiones dice San Agustín: "¿O es acaso que siendo amargo el llorar, nos causa deleite cuando llegamos a tener disgusto y aborrecimiento de las cosas que gozábamos antes con placer y alegría?". Lágrimas por la pérdida de un amigo, nostalgias de una tarde de febrero, constatación de que hemos sido creados para vivir eternamente juntos y sin separación. Por eso, como decía John Donne, no preguntes nunca por quién doblan las campanas; están llorando por ti.
1 comentario:
Insisto: lo mejor que ha podido hacer Carlos Palacios en vida, es morirse . Que triste que alguien tenga que pensar algo asi.
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