lunes, 3 de agosto de 2009

LA HIJA CATÓLICA DE STALIN

Es interesante leer de primera mano el testimonio de la hija pequeña del dictador comunista José Stalin, Svetlana Stalin, que, como saben, se convirtió al catolicismo en los años ochenta. Hija de uno de los mayores genocidas de la historia de la humanidad, la benjamina de la familia rusa, conocida escritora, mundialmente famosa desde que escapó de las garras del comunismo en 1967, refugiándose en Occidente, narra en 1993 su conversión al catolicismo tras una vida que la ha llevado a través del sufrimiento al bautismo ortodoxo y luego a la Iglesia Católica. La fe es un don del amor. Su testimonio ha sido publicado en “Lettera del Foyer Orientale”, “Nostra Signora dei Tempi Nuovi”, “Popoli”. Impresiona leer cómo, a pesar de haber sido educada en el ateismo puro y duro, la semilla de la Fe le fue inculcada de forma natural por sus abuelas que eran piadosas cristianas: "Mi abuela paterna, Ekaterina Djugashvili, era una campesina casi iletrada, precozmente viuda, pero que nutría confianza en Dios y en la Iglesia. Muy piadosa y trabajadora, soñaba con hacer de su hijo sobreviviente -mi padre- un sacerdote. El sueño de mi abuela no se realizó jamás. A los 21 años mi padre abandonó el seminario para siempre". Como pasa siempre que se lee a los conversos redescubrimos auténticas joyas de nuestra Fe a las que desgraciadamente nos hemos acostumbrado: "Hay una cosa que aprendí por vez primera en los conventos católicos: la bendición de la existencia cotidiana, incluso la más escondida, de cada pequeña acción y del mismo silencio. En general soy felicísima en mi soledad; en la tranquilidad de mi departamento siento en modo vivo la presencia de Cristo". Pero lo que más me ha impresionado de su relato es la admiración que siente ella, que del ateismo pasó antes a la religión ortodoxa, por la forma de vivir en el catolicismo sacramentos como la Confesión y la Eucaristía: "La diferencia entre la soledad en la Iglesia ortodoxa oriental y aquella en la Iglesia católica me ha parecido bajo esta forma: en la ortodoxia oriental, una confesión raramente es escuchada, generalmente una vez al año por Pascua y sin la discreción que permite el confesionario. Sólo ahora he entendido la gracia maravillosa que nos producen los sacramentos como el de la reconciliación y la comunión ofrecidos no importa qué día del año, e incluso cotidianamente. Antes me sentía poco dispuesta a perdonar y a arrepentirme, y no fui jamás capaz de amar a mis enemigos. Pero me siento muy distinta de antes, desde que asisto a Misa todos los días. La Eucaristía se ha hecho para mí viva y necesaria. El sacramento de la reconciliación con Dios a quien ofendemos, abandonamos y traicionamos cada día, el sentido de culpa y de tristeza que entonces nos invade: todo esto hace que sea necesario recibirlo con frecuencia".

1 comentario:

Angelo dijo...

Pues yo soy uno de los ignorantes que no conocía esta historia. Lo cierto es que se me ha despertado una gran curiosidad. Buscaré información sobre ello. Muchas gracias.