Hay que reconocer que el mejor suplemento dominical que lleva la prensa los domingos es el de El País. Casi todos los temas que trata están tamizados por la ideología y el estilo PRISA pero no por ello deja de traer los más interesantes reportajes. El 9 de diciembre, por ejemplo, publicaba una maravillosa entrevista de Juan Cruz a Miguel Delibes que hoy he tenido el gusto de leer tranquilamente. Mucho mejor el entrevistado que el entrevistador.
Sobre la Soledad: "No hay que confundir la soledad con la falta de compañía. La primera la padezco como viudo fiel que he sido, pero no la segunda, ya que me siento muy arropado. Mis hijos están conmigo. Los vecinos me paran en la calle para preguntarme por la salud, el Ayuntamiento de mi ciudad pone mi nombre a lugares culturales notables. Mi familia y amigos se desviven por atenderme, me abastecen de la compañía que necesito. ¿Puedo quejarme yo de soledad?".
Sobre Dios: "A veces, Dios ayuda. Ayuda a mucha gente que lo reconoce así. Los evangelios de Cristo son estimulantes a este respecto. Cuando murió mi mujer, Dios me ayudó, sin duda. Tuve esta sensación durante varios años, hasta que logré salir del pozo".
Sobre la Fe: "A un jesuita no le gustó nada cuando le dije que echaba en falta mi ciega fe de niño. Él prefería una fe más razonada y adulta. Mi opinión es que en este punto no nos es dado elegir. El ateo listo no menciona a Dios apenas, pero cuando lo hace es con un sutilísimo deje de superioridad, algo así como el del españolísimo desplante del Rey a Chávez, que me hizo reír tanto".
Sobre su Mujer: "Con su sola presencia, aligeraba la pesadumbre del vivir. De la foto de Ángeles quinceañera que abre mis obras completas volví a enamorarme cada vez que la veía. Así pasó este verano. Esperando que amaneciera para mirar su fotografía. Siempre fue bella, pero, cuando la conocí, era tan bonita, inteligente y atractiva que tenía alrededor un centenar de moscones. Yo tenía un par de años más que ella, pero nos enamoramos, en el 46 nos casamos y en el 73 la perdí. Eso duró mi historia sentimental. Se colocaba un hilo blanco en el dedo meñique para marcar sus enfados. Si el hilo se caía, olvidaba sus motivos de enojo. Me absolvía. Era todo cariño, tan lejos del rencor, que a veces no recordaba por qué se había atado el hilo en el dedo.Lo que nos hace querer a una persona es su encanto, su entrega, su disponibilidad. ¡Sabe Dios! Después, cuando una persona entra en uno, se hace indispensable y no es fácil olvidarla. El artista no sabe quién le empuja, cuál es su referencia, por qué escribe o por qué pinta, por qué razón dejaría de hacerlo. En mi caso estaba bastante claro. Yo escribía para ella. Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Dejé de hacerlo, dejé de escribir, y esta situación duró años. En ese tiempo pensé a veces que todo se había terminado".
1 comentario:
La imagen de Delibes, ya abuelo y viudo, madrugando para ver la foto de su difunta esposa cuando tenía 14 años es maravillosa. Lo del cordel de los disgustos es tiernísimo.
¡Buena reseña!
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