jueves, 2 de agosto de 2007

CONTRAPOSICIONES

Leo con interés un artículo publicado en El País la semana pasada por el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo bajo el título "Sobre el catolicismo". Se trata de un texto muy negativo sobre la iglesia, la jerarquía episcopal de nuestro país y la doctrina moral en general. A pesar de ello está muy bien escrito y se lee con facilidad. La filosofía de fondo que lo sustenta vuelve a poner de manifiesto lo mal que algunas personas de nuestro país han entendido-explicado-vivido-enfocado durante mucho tiempo la experiencia cristiana. Además de las críticas ácidas que hace y el tono tétrico general del artículo hay un pasaje que me ha gustado especialmente. Lo reseño para reflejar cómo algunos se empeñan en contraponer la esencia auténtica del mensaje cristiano con lo que trata de transmitir la jerarquía o la Iglesia. Como si fuesen cosas antagónicas o distintas. Por supuesto yo no creo que sea así. La progenitora del escritor había entendido mucho más esta religión de lo que después ha captado su hijo: "Y sin embargo, yo, que no soy creyente, estoy agradecido al catolicismo, porque escuché sus historias de labios de mi madre. Claro que mi madre nunca nos imponía nada y se limitaba a transmitirnos su fe a través del amor, que no busca atemorizar sino la complicidad y el consentimiento. Sí, eso era el catolicismo para ella: una religión de la vida y de la belleza. Pues si un dios había sido capaz de morir por nosotros ¿cómo era posible que nuestra vida pudiera no tener sentido? Ese catolicismo dio a mi infancia exaltados momentos de altruismo, ritos raros y carentes de utilidad práctica, el sentido del misterio y la maravilla. Me enseñó a respetar a la mujer, a amar a los animales, a permanecer vigilante ante el mal y a creer, mientras fui niño, en la resurrección de la carne, que puede que sea una de las historias más disparatadas y hermosas que el hombre haya concebido jamás".

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