Hay un viejo axioma periodístico que recomienda no dar publicidad a los suicidios porque, desde el punto de vista psicológico, éstos siempre llaman al suicidio. O lo que es lo mismo: cualquier persona que esté pensando en suicidarse tendrá más inclinación a hacerlo si encuentra a su alrededor modelos, historias y patrones que le animen a ello. Por eso rara vez, salvo que el suicidado sea muy conocido, encontrarán ustedes este tipo de historias en los medios de comunicación.
El escritor Juan José Millás conoce esta máxima de la profesión periodística pero, parece, le da igual. Me explico. Millás, socio de la Asociación Derecho a Morír Dignamente (DMD), nos ha "regalado" en el suplemento dominical del diario El País, EPS, un reportaje, en la nunca mejor denominada sección "Vidas al límite". Se trata de la historia de Carlos Santos Velicia un hombre de 66 años al que le han diagnosticado un tumor incurable, que ha tenido dos infartos y que, cansado, ha decidido poner fin a su vida. Para ello se ha acercado a un hotel de Madrid y, ayudado por los voluntarios de DMD, ha ingerido un cóctel letal, llamado en la jerga suicida "de autoliberación", para abandonar este mundo. Un día antes concede esta entrevista al periodista valenciano porque con su testimonio quiere avivar el debate sobre la eutanasia en España.
Sin entrar en grandes consideraciones morales o médicas, al leer con detenimiento la triste historia de Santos, narrada con maestría por la certera pluma de Millás, caes en la cuenta de que, en el fondo, lo que le ocurre a este señor es que tiene una depresión del carajo: está solo, enfermo, triste y, sobre todo, deprimido. Por eso se quiere suicidar.
Recojo textualmente algunos pasajes del reportaje que pueden servir de ejemplo: "Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada".
Cualquier médico de cabecera que escuchara esto en su consulta diagnosticaría a este señor, sin dudarlo un segundo, una depresión: enfermedad potencialmente curable con medicación, psicoterapia y un buen control de los otros síntomas que padece. Lejos de ello, Millás lo convierte en una especie de héroe, frío y racional, de la lucha por la libertad, la autonomía, la libre decisión y la muerte digna. Una sociedad sana y progresista es la que fomenta la salud mental de sus ciudadanos. No la que, a la primera de cambio, ante un problema o dificultad, liquida a los mismos o les ayuda a autoliquidarse. Bajo la defensa de una muerte digna, entendida en situaciones de terminalidad y de final de la vida, se esconden también casos tan tristes como éste que son lo que siempre hemos conocido como un suicidio.
Juan José Millás sabe que de los suicidios no se debe hablar en la prensa. Por muy buena que sea la historia o por muy bien que la sepas contar. Él mismo lo reconoce al final del reportaje: "La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón desastre de las estadísticas sobre el suicidio". Y sin embargo Millás la cuenta con amplio despliegue tipográfico y visual. Esperemos que este domingo no la hayan leído muchos enfermos depresivos y con tendencias suicidas de nuestro país. Porque gracias a este reportaje, no exento de prejuicios y sutil doctrina promuerte, las estadísticas engordarán, con o sin ley. Sin duda.
5 comentarios:
Muy buena Gaudens.
Es muy interesante ver el debate suscitado entre los internautas en los comentarios de la noticia en el Pais. Uno de ellos: "Estoy viendo todo los comentarios que están surgiendo a raiz de esta noticia, yo no voy a entrar en juzgar si es correcto o no lo que ha hecho, si es valiente o no, cada uno toma sus decisiones libremente, voy a aportar mi testimonio como empleada de la biblioteca en la que diariamente ha pasado sus últimos años. No sé si fruto de su enfermedad o de sus circunstancias personales, era una persona muy infeliz y amargada y espero que por fin haya encontrado la paz"
Gracias por darnos cuenta de la noticia. Es importante que conozcamos esta realidad. El mundo, nuestros hermanos, necesitan hombres valientes que se acerquen a ellos y puedan ayudarles en situaciones así, sobre todo. Si esto no nos mueve el corazón hasta ponernos en marcha tenemos un serio problema.
Leí el artículo y me pareció espeluznante y muy perverso.
Gracias por tu análisis.
Coincidimos bastante en el análisis. A mí me interesa especialmente la falsedad de la presunta enfermedad grave, dolorosa y terminal del suicida, que no es tal, aspecto que no parece preocupar lo más mínimo ni al periodista sensacionalista, ni lo que es más grave, a la asociación que le ayuda a suicidarse. Gemma Nierga, en La Ventana de la SER preguntó a Millás sobre el "making off" del reportaje, en presencia del Dr. Montes, cuyo delito ético por no entrar en la veracidad de la enfermedad del suicida es aun mayor. Esta entrevista está enlazada en mi blog. Saludos.
Pero qué creen que es una "depresión del carajo", si no algo tan destructivo como una enfermedad terminal: un sinsentido irreversible, incomprensible y horriblemente injusto. Te arranca las ganas de vivir, matando poco a poco cualquier esperanza, y por supuesto, no tiene nada que ver con el capricho o la pereza.
Publicar un comentario