No sé si a ustedes les ha ocurrido alguna vez. Se trata de la grata sorpresa que produce descubrir en una película o un libro un viejo secreto de la infancia. Ya me ocurrió con el "Show de Truman" y ese imaginarse que todo el mundo que a uno le rodea es una pantomima. Que todos los seres humanos que vas conociendo y que están a tu alrededor están interpretando un papel muy concreto en la ficticia película de tu vida. Estos días de verano me ha ocurrido lo mismo con la novela que estoy leyendo. Norfolk es un lugar perdido de Inglaterra a donde van a parar todas las cosas que se pierden en todo el país. Algo así como un gran almacén imaginario donde se concentran todos los objetos que la gente olvida en cualquier rincón del país. Si uno va allí al cabo de los años acaba encontrando ese juguete tan preciado o esa camisa tan querida que algún día desapareció. Esa idea tan imaginaria e infantil también la pensé yo hace años y hoy la he leído con cierta ternura en este libro:
"cuando perdíamos algo precioso, y buscábamos y buscábamos por todas partes y no lo encontrábamos, no debíamos perder por completo la esperanza. Nos quedaba aún una brizna de consuelo al pensar que un día, cuando fuéramos mayores y pudiéramos viajar libremente por todo el país, siempre podríamos ir a Norfolk y encontrar lo que habíamos perdido hacía tanto tiempo. Puede que suene a tontería, pero no se ha de olvidar que para nosotros, en esa etapa de nuestra vida, cualquier lugar más allá de Hailsham era como una tierra de fantasía".
No hay comentarios:
Publicar un comentario