Cuando he leído las declaraciones de Inmaculada Echeverría en su multitudinaria rueda de prensa desde la cama del Hospital San Juan de Dios de Granada, me ha invadido una profunda tristeza. Tristeza, en primer lugar, por la soledad que asegura padecer. Dejemos por un momento la foto que acompaña a este artículo. Imaginemos que Inmaculada no sufre distrofia muscular progresiva, que no tiene una traqueotomía y que no le falta musculatura en la lengua, la cara y el cuello. Que no lleva mucho tiempo postrada en una cama y que tampoco necesita medios artificiales para vivir. Imaginen que estando sana, un buen día, les cuenta lo siguiente: "No es justo vivir así. Mi vida es soledad, vacío y opresión. Mi existencia no tiene más sentido que el dolor y la angustia de ver que amanece un nuevo día para sufrir y esperar que alguien escuche, entienda y acabe con mi agonía". La humanidad habría fracasado. Creo que este es el punto clave para entender el problema moral que se nos plantea: ella no ha encontrado argumentos en su vida para vivir en plenitud en cualquier circunstancia y por ello lo primero que debemos hacer es un ejercicio importante para comprenderla en toda su dimensión, más allá de la fácil sensiblería o trasnochados arrebatos ideológicos. Inmaculada no ha encontrado un sentido a la existencia al margen de su limitación física. Y eso, como ha dejado por escrito Viktor Frankl tras su paso por los campos de exterminio, es realmente duro. El problema está en que en nuestra cultura dominante no se da el clima necesario para obtener respuestas convincentes a las verdaderas preguntas. Y creanme que encontrarlas en esa situación es más difícil... realmente difícil... muy difícil... pero no imposible. Y no hablo en primera persona porque, además de sentirme incapaz, nunca he estado en semejantes circunstancias. Pero sí por algunos testimonios que he encontrado a lo largo de mi corta vida y que me han arrojado algo de luz sobre este asunto de la Eutanasia. Desde luego buena parte de las historias que encontré un buen día en el hospital de parapléjicos de Toledo, también la de D Luis de Moya, sacerdote tetrapléjico con el que coincidí en Pamplona hace años o la de mi amigo Pedrito con el que he compartido mesa y mantel este fin de semana de boda... y así una larga lista de increíbles hazañas de amor y superación que no tendrán, desde luego, tantas portadas como Ramón Sampedro en la prensa. Así de mal está concebido el Periodismo, oiga usted. También es cierto que en la mayoría de estas frágiles vidas intervienen actores secundarios que demuestran una gran entrega amorosa por y para el enfermo (familia, amigos, instituciones benéficas, voluntarios...). Encontrar el sentido pero también sintiéndose queridos. El Padre Ramos, que está alcanzando cotas insospechadas de popularidad por sus videos en la red, habla de resolver, al menos intelectualmente y cuanto antes, el sentido de la vida desde la cama de un hospital. Asumir la precariedad de la existencia. Si lo conseguimos, lo de menos serán los accesorios que nos pongán.
Desde hoy, permitanme la confidencia, tengo una intención más en mis oraciones. Me comprometo a rezar por la Esperanza de Inmaculada. Con un nombre así, a Ella, no le puede pasar desapercibida.
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